Entre los riscos se alza
un pequeño monasterio,
que lo cuidan unos frailes
y fue fundado por pedro.
Desde niño fue su amor
la pobreza y castidad,
por eso Dios lo llamó
a vivir en santidad.
Oyendo la voz de Dios
aquí se vino a vivir
atrás todo lo dejó
para a Dios poder servir.
El fue pobre entre los pobres
vivió en extrema pobreza,
pero como amaba a Dios
le sobraba la riqueza.
En aquella soledad
en la paz del monasterio,
entre sus muros de piedra
allí sigue su recuerdo.
Las celdas no tienen nada
ni camas para acostarse,
solo tienen unas piedras
para en ellas reclinarse.
Y la más pobre de todas
es la celda de San Pedro,
solo está la Cruz de Cristo
en el mítico silencio.
Ese silencio que anima
para estar en oración,
vivir en la paz de Cristo
y pedir a Dios perdón.
En la soledad del patio
estando cerca del cielo,
pensamos en muchas cosas
pero sobre todo, en Pedro.
Y mirando al infinito
llena de paz y consuelo;
¡yo siento que sigue vivo
el espíritu de Pedro!
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