Iba cayendo la tarde
en Nazarez de Judea,
de luz y miel era el aire
de cristal el cielo era,
de músicas el silencio
y de blancura la aldea.
Por el pisado sendero
que lleva a la fuente nueva,
iba la niña en un sueño
con su jarro a la cabeza.
Dos ángeles la encontraron
temblaron de gozo al verla,
ya volvía de la fuente
con su jarro de agua fresca.
Se despojaron del manto
hecho de nubes y estrellas,
para que los santos pies
de aquella su dulce reina
no se manchasen de polvo.
¿Qué te parece María
nuestra encantadora bella?
pregunto un ángel a otro
al verla tan dulce y tierna.
Me parece que Jehová
que posó su amor en ella
la ha dotado de tal gracia,
es tan hermosa y tan tierna,
es tan pura y tan de cielo,
es tan santa y tan ingenua,
que todo símil es bajo
para expresar su pureza.
Ni los lirios cultivados,
ni la cándida azucena,
ni la nieve, ni los nardos.
son tan blancos como ella.
¡Cómo ella, la Inmaculada,
la niñita de Judea,
que con su jarro a la fuente
iba a coger agua fresca!
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